jueves, 21 de febrero de 2013

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Frío, ese frío que le deja a uno los pies con la sensación de hormigueo cuando se meten en agua caliente. El bello de la piel se le erizó como las espinas de un cactus. La cámara de éxtasis se mantuvo estanca durante el tiempo que duró el diagnóstico médico. Todo funcionaba según lo previsto, el implante que cubría casi la totalidad del lado izquierdo de su cuerpo no generó ningún error. Estaba fabricado con sus propios genes, se cultivó un ser a su imagen y semejanza para la ocasión. Fue caro, muy caro, pero valió la pena, no podía arriesgarse a los implantes del Sínodo, hubiera quedado asimilada y no le habrían dejado continuar con su investigación, al menos, no para su propósito. Recordaba el accidente con rencor, el rencor que se siente por uno mismo al saberse negligente en la situación más estúpida. Desde el día de la intervención sabía que estaría estigmatizada para siempre, ya que durante el preoperatorio, se hizo pública su condición de telépata. Como era de suponer, pasó por un calvario legal con la CPH, hasta que se pudo demostrar su lealtad. Durante un tiempo deseó marcharse al Sínodo, pero amaba demasiado lo que le ofrecía la humanidad como para dejarse llevar por la misantropía. Antes de desfallecer tuvo la suerte de conocer a Luar Hikka, supo que estaba muy interesada en ella, y viceversa, ya que sus habilidades psíquicas no funcionaban con la portavoz.
La puerta de la cámara se abrió con su característico siseo, agradeció el calor del aire inodoro en permanente temperatura del satélite. Ante ella, Mikael Barrs la miraba, o intuía que lo hacía, a través de sus gafas oscuras, estaba demasiado exhausta como para meterse en la mente de aquel golem humano. Además, ya sabía a qué venía, Azul era de las pocas personas que era capaz de mantener la consciencia dentro del éxtasis, hacerlo producía un tipo de psicosis denominada onírica sin retorno, con obvios resultados. Por tanto, antes de entrar en él era necesaria la sedación. Durante su tiempo en la cámara, antes del sueño húmedo, tuvo acceso (vía inyectable) a los datos registrados por los sensores de Tesla. Tendría que darle las malas noticias al almirante, no tenía ni idea de lo que había cruzado por la grieta. ¿Un niño? No seas infra, no le digas nada, no hace falta que sepa que puedo trabajar soñando. Salió de la cámara y se recompuso como pudo.
- Le pongo al corriente... - le dijo Barrs sin rodeos.
- ¿Que tal un: concordias, preboste? - el almirante soltó un respingo, pero se contuvo ante la impertinencia – discúlpeme, póngame al corriente.
La historia le supo a “déjà vu”, escuchó con sorpresa disimulada; aunque era una mediocre actuación; fue suficiente como para que el almirante no lo notara. No necesitaba su poder para percibir su obsesión y desasosiego. Y era comprensible, tampoco ella: una de las científicas afines a la CPH mejor versadas en morfología simbionte, sabía nada de las características de aquello, si es que existía algún aquello. Parece que no se trata ni de nuevos especímenes del Sínodo, ni de nuestro amado almirante. ¿A qué estás jugando Luar? Una asociación de ideas la intranquilizó.
- ¿Alguna idea sobre a lo que nos enfrentamos?
- Pues sin más pruebas que una detección subespacial, diría que a nada. No es la trampa que esperábamos – a Azul le costaba usar la voz, era de esas personas que estaba perdiendo la costumbre por el uso del cromático – durante mi investigación he visto todo tipo de viajantes, como los llaman ellos, y no sé de ningún camuflaje que escape al sistema de detección de este satélite. Mika... perdón, almirante: debe asumir que no se trata de nada más que un error de las sondas... algo que no percibe el sistema de fallos interno. Creo que debería sustituirlas e inspeccionarlas físicamente.
- Ya lo he ordenado.
- ¿Y me despierta sólo para esto? ¿Para asegurarse de algo que sabe de antemano?
- La sacaré de su querido éxtasis para cada cosa que necesite, aunque supongo que ya sabía todo esto en el momento que la desperté, no he olvidado quién es y qué es lo que hace – esta mole me teme, pues que siga temiéndome - pensó la preboste.
- De todas formas es mi obligación asegurarme, debería saberlo, aunque lo sepa ya ¿cierto? - Azul obvió la pulla.
- Puede volver a su mundo de fantasía, el personal militar permanecerá a la espera de nuevas incidencias. Se nos ha escapado un convoy por una falsa alarma, intolerable – no soportaba tenerla delante por más tiempo, pero el protocolo le obligaba a tener ese tipo de conversaciones en persona.
Scaro infra ibnue” maldijo Azul para sus adentros. Barrs se marchó del laboratorio, una estancia diáfana, negra y de forma piramidal salpicada por las consabidas consolas flotantes, y por los perennes ventanucos de las cápsulas, donde las miles de personas que componían el elenco científico, disfrutaban de la parada temporal que proporcionaba el éxtasis, salvo sus mentes, debidamente conectadas a la inteligencia artificial Tesla; en linea con sus inyectables. Onigramas para disfrutar del tiempo fuera del tiempo, ahora eran sus ordenadores los que interaccionaban: sueños compartidos, fantasías personales, aventuras sin precedentes, héroes y villanos de diferentes épocas, o de épocas que nunca existieron y nunca existirán, concentrados en una inocente inconsciencia mental. Todo un universo que albergaba millones de universos, algunos con manufactura comercial, otros de cosecha propia, todo ello yacía después en un obnubilado olvido, indispensable para no caer en las garras de la demencia. Aunque los onigramas dentro del éxtasis podían prolongarse durante décadas, incluso cientos de años, la percepción temporal dentro de los mismos era bien distinta: cada año (materno), podía equivaler a un sólo segundo percibido, todo dependía de la fantasía que se viviera.

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