Azul
se encontraba en la habitación, aquella habitación exquisitamente
decorada al estilo de la República de Hollen: paredes cubiertas del
negro pelaje de los duppos de las praderas; el mobiliario compuesto
por conchas nacaradas de los moluscos gigantes de los mares
septentrionales, sobre las conchas que hacían de mesa, licores
fluorescentes contenidos por botellas de formas imposibles, en el
centro de la sala, una cama aterciopelada era testigo presencial de
la pasión desatada, el calor se podía cortar: dejó de lamer el
clítoris de la joven que Azul tenía delante, la cual se debatía
entre estertores sobre la cama con la postura de una parturienta, a
cuatro patas soltó un gemido felino tras la última envestida sobre
su trasero, proporcionada por el joven que la fornicaba con violencia
por el ano. El sudor perlaba el cuerpo de los tres. El hombre, muy
excitado y recto como una barra de acero, siguió embistiendo, más
rápido, más fuerte. A Azul le saltaron lágrimas de placer y se
hundió en la entrepierna de la chica. Súbitamente, tras el orgasmo
de la joven que no dejaba de gemir, lanzó al hombre sobre la cama,
cual muñeco, y lo montó. Sus poderosos senos bamboleaban al compás
de sus nalgas con la cabalgata, embriagados por un superlativo mar de
jadeos, una y otra vez, hasta el el joven comenzó a temblar, síntoma
inequívoco de la eyaculación. En ese momento se abalanzó sobre su
cuerpo y hundió su miembro hasta su garganta succionando el líquido
del placer, lo feló después con ternura, dejando que algo del semen
fluyera por la comisura de sus labios. Le dio un leve beso en el pene
y se tumbó junto a él. La chica ya había desaparecido de la
habitación, y a los pocos segundos, el muchacho se esfumó como la
niebla cuando se alza el viento. Cuando se hubo relajado, la
habitación también comenzó a desvanecerse, así como el semen de
su boca y el sudor, dando lugar a una estancia blanca y vacía, una
caja con el techo descubierto hacia los confines del onírico
universo virtual. En el techo, un animal semejante a un gato
gigantesco la miró, con la característica cara de impasibilidad de
los felinos:
-
Ahora ¿Escucharás a tu corazón? - dijo el animal sin moverse.
-
Es posible, pero debo recordar lo que ha pasado – Azul ronroneó
en celo.
-
Creo que tienes trabajo pendiente, por la grieta pasó un niño.
- Por
la grieta han pasado la sangre y el odio del almirante – se puso
seria.
- ¿Ya
sabes cual es su secreto?
- Su
secreto es el amor, pero un amor que odia, no lo puede soportar, pero
no tiene otro remedio, la ha visto varias veces. Tienen una
habitación escondida dentro de ella – Azul disfrutaba con la
naturaleza extraña del sueño virtual.
-
Creía que era un hombre.
-
Puede ser las dos cosas, de hecho lo son, y ninguna de ellas.
-
Está viniendo, quiere conocer al niño que cruzó, aunque esperaba
un monstruo – el felino gigante giró la cabeza, como para observar
el infinito.
-
¿Eso lo has dicho tu o yo?
-
Ambos somos la/el misma/o.
-
Será mejor que nos preparemos, va a despertarnos.
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