jueves, 21 de febrero de 2013

0008

- No me gustan los desintegradores, preferiría haberlos interrogado.
- No sabían nada que no supiéramos, almirante, son cáscaras huecas, no tenían memoria, sólo sabían lo que necesitaban saber para llevar a cabo su misión: nuestra localización, obtenida por asaltar la inteligencia artificial de la estación con programas paradójicos, y el objetivo: nosotros. Pretendían matarnos con dardos de encimas ubicados bajo las uñas, hubieran convertido nuestra sangre en gelatina antes de tocar el suelo, aunque, por supuesto, no contaban con esa maravilla invisible que lleva: estructuras electrónicas nanométricas, como el casco de las naves ¿no? Seguro que sí. No sabían nada de la investigación, y tampoco recordaban la fuente de la orden, al menos no había nada en sus memorias. Lo demás es falso, muchos rastros de borraduras mentales, y un programa de recuerdos para evitar la psicosis amnésica, bastante viejo, por cierto.
- ¿Y perder la oportunidad de acabar con un miembro del Consejo? Es absurdo- se obligó a no pensar, al menos, cerca de ella, aunque no pudo evitar hacerse esa pregunta.
- Eso no estaba en sus mentes. Y comprendo lo que intenta no pens...
-¡Basta! dos cosas, preboste – he hizo hincapié en la palabra “preboste” - conmigo ha de utilizar la voz, es una orden. Y dos, le veré en Tesla. Ahora prepa...
- Lo sé, almirante.
Mikael salió del laboratorio, procuró concentrarse en lo que le rodeaba, anduvo por el pasillo en busca de las personas que vio en la zona de descanso, pensando en la exigua posibilidad de que hubieran dejado alguna pista que delatara su identidad. Se concentró, mientras caminaba, en los preparativos de la llegada de Azul al satélite a través del óptico. Comenzaba a extenuarse, sudaba copiosamente, en rigidez constante. Cuando llegó a la zona de descanso pidió un análisis de la zona, como era de esperar no dejaron ninguna prueba empírica que le permitiera saber la identidad de los agentes. Decidió ir al transbordador que le llevaría a Tesla. Miraba a la gente a su alrededor, celoso, un ejercicio de sospecha tras otro. Subió a la nave transporte, decidió anclarse y hacer el viaje de forma manual, puso especial cuidado en disfrutar del pilotaje, se distrajo en los mandos, recordando su niñez en los simuladores. Doscientos treinta años después ese recuerdo le producía una extraña sensación.

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